lunes, 23 de diciembre de 2024

Quién sabe si estaré loca o si solo llevo la razón.

Quizás ya no sea esa dulce niña pequeña que jugaba con la música. Que bailaba horas y horas en mitad de la sala de estar con el único entretenimiento de moverse. Quizás la situación haya cambiado y con ello, yo misma haya cambiado. La gente cambia, ¿quién dice que no? No tendría sentido no cambiar. No sería interesante, bonito, increíble. Ver cómo la gente cambia y aún así es tan especial para ti como lo han sido siempre. La gracia está en cambiar tu forma de ser pero no en la relación que tienes con los demás. Son algunos de los retos que se nos propone. Esos días en los que ponerse a jugar con quien era el que más grande hacía la bomba con el chicle, ese era el mejor entretenimiento. Las risas eran constantes y nadie rompía a llorar sin explicación. Todo tenía explicación razonable, te habías caído; habías perdido a una amiga… 

Pero las cosas cambian y nosotros cambiamos con ellas. Esa ingenuidad se la lleva el viento, como las palabras. El viento es invisible pero se lleva más cosas de las que podemos ver. El viento no se ve y se lleva cosas que no vemos. La ingenuidad, la alegría e incluso, ¿por qué no? la tristeza. La fuerza nunca se va si estuvo alguna vez ahí. Porque eso es algo que permanece, que hace que aunque te quieras derrumbar, te quieras echar a llorar, quieras tirarte de los pelos, no haces nada, solo sonríes y mientes; y dices que estás bien, que todo va como siempre. Cuando sabes que las cosas no son como siempre, que para bien o para mal has cambiado, que ya no crees en cuentos de hadas ni en el amor, que ahora crees en películas de miedo, y en el dolor. 


Pero la decisión la tomas tú. No es que las cosas sean de una manera o de otra, es la forma en que lo veas. ¿Estás bien? Será un cuento de hadas. ¿Estás mal? Será la peor pesadilla vívida que jamás habrás experimentado. Solo hay que tener las cosas claras, y sino, tienes un problema, las cosas van mal cuando no sabes qué hacer, qué pensar, por qué sonreír. Si estás en el punto en el que no sabes por qué sonreír es que verdaderamente tienes un gran problema. 


Porque las ganas de sonreír no se buscan, no se explican. Se inventan, se imaginan, se sueñan. 

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