La gente habla todos los días de la oportunidad, el concepto de la casualidad mezclada con talento.
Solo sabemos preocuparnos de dónde estaremos dentro de cinco años; cuando lo más importante carece de preocupaciones. Solo deseo vivir, vivir de verdad. Y hay tantas cosas bonitas, tanta belleza, tanto brillo, extasiada no sé ni por dónde empezar. Esto es algo que no entiende la mayoría.
Ayer leí que en cinco años las tecnologías avanzarán tanto que los teléfonos serán tan inteligentes que con solo oír la voz y sentir el tacto de nuestras yemas de los dedos, sabrán nuestro estado de ánimo.
¿No parece absurdo? ¿El hecho de estar en la tierra ocho billones de personas y que sólo los teléfonos se percaten de nuestras emociones?
Me da miedo esa idea, cuando estemos tan encarcelados en smartphones que seguramente llegarán a ser más funcionales o igual de inteligentes que una persona humana.
Hay circunstancias y vivencias que nos marcan, pero solo nosotros decidimos cómo. Decidimos mediante un proceso de selección qué desechar en nuestra memoria y qué guardar.
A veces creo que mi vida se basa en un proceso de selección, en un archivo con listas de gustos, favoritismos, manías y por qué no decirlo, dramas. En algunos días (como hoy) me resulta fácil pensar que esto es sólo un momento transitivo, una etapa poco favorable pero que hay que pasar (para quizás pisotearla después). Pero hay días de días y mejor no hablar de las noches. Aún así, entre insomnio y más insomnio, elaboro un plan B, C, D y E y así sucesivamente hasta que caigo rendida en las suaves sábanas de mi cama.
En esos planes [la mayoría un poco descabellados] propongo futuros alternativos, incluyendo viajes, hipotéticas situaciones sentimentales y cifras en las cuentas bancarias.